Hortus conclusus. Sobre la aforística de Fernando Menéndez

 


Si admitimos que la aforística española actual se divide en proletariado (usuarios de redes sociales con ínfulas literarias), burguesía (tenedores de cuadernos de apuntes a vuelapluma) y aristocracia (escritores con tanta ambición como talento), Fernando Menéndez pertenecería, sin duda alguna, a esta última.

A diferencia de quienes ven en el género más breve, bien la ocasión para el lucimiento del ingenio ocasional, bien para el usufructo editorial de sus ocurrencias circunstanciales, Menéndez concibe su escritura aforística como un ejercicio de alta orfebrería conceptual, cada vez más exigente, a la cual se añade una concepción arquitectónica progresivamente sofisticada, en ocasiones incluso abrumadora. Eso le erige, con toda justicia, en el aforista más preclaro de la literatura española de lo que llevamos del siglo XXI, aparte del autor del libro de aforismos más logrado hasta la fecha: Los sueños de las sombras, literalmente, un volumen que parece haberse escrito a sí mismo, de tan autónomo y refulgente.

Esta percepción tan (auto)exigente convierte a Menéndez en un astro solitario, tan ensimismado en su propia tarea que no es en los libros publicados donde mejor se le puede captar la vocación última, sino en sus obras pergeñadas en colaboración: en los manuscritos ilustrados a mano, en los pliegos que componen su República de los Aforistas y más recientemente, en sus libelinos poéticos. Comprendemos entonces que para Menéndez el aforismo, el arte en general, no es, como muchos creen, la casa de Tócame Roque donde la banalidad exige el derecho a ser considerada memorable, sino un hortus conclusus reservado a muy, muy pocos. El aforismo retiene, para Menéndez, la dignidad de los oráculos antiguos, donde cada sílaba aspiraba a comunicar lo humano y lo divino, lo material y lo espiritual, lo terreno y lo celeste. Esta dimensión iniciática del aforismo demanda de quien lo frecuenta –tanto autores como, por supuesto, lectores– una disposición sacramental: ello explica la aversión del autor respecto a quienes se arrogan la condición de aforistas sin respetar esa prudencia entreverada de disciplina que impone, por su propia naturaleza, el aforismo fernandiano.

Me congratulo de que Menéndez mantenga bien alto el pebetero del género más breve en nuestro país, en una coyuntura como la actual, donde una democratización mal entendida hace tabula rasa de ciertos parámetros poéticos y filosóficos para abrirle las puertas de la dignidad literaria al primer advenedizo que pulse el timbre. 


(Texto incluido en Bosque de letras, catálogo de la exposición de manuscritos ilustrados de Fernando Menéndez organizada por la Biblioteca Asturias de Oviedo).