O. Henry es de esos autores de los que prácticamente cualquier lector cree que puede prescindir sin pena… hasta que lo conoce. Entonces, cae en la cuenta de que se trata de uno de los grandes maestros del cuento y/o relato breve de todos los tiempos, y en adelante se convertirá en un referente para él. Si creen que exagero, basta con que lean esta sucinta aunque suficiente antología de algunos de sus textos, donde encontraremos todas y cada una de sus virtudes: la destreza para plasmar en pocas palabras un repertorio completo de temas y subtemas; la mirada irónica y, a la vez, compasiva, sobre los seres humanos, sus recurrentes miserias y sus grandezas inesperadas; el estilo desenvuelto, rico y polifónico, puesto al servicio de una peripecia atractiva y sugerente…
La selección que acaba de publicar Fiordo recupera la traducción de Marcelo Cohen, publicada en 1982, donde el escritor argentino da muestras de su pericia y capacidad para sostenerle la mirada al autor en un envite difícil y exigente, por sus abundantes modismos y localismos. Consta de 14 piezas, la mayoría de ellas protagonizadas por esos antihéroes tan caros a la mejor narrativa estadounidense: bastardos, moribundos, delincuentes, vagabundos, oficiales del ejército perdedor… Sin embargo, pervive en ellos esa conciencia clara de la propia dignidad que, en el momento menos pensado, les redime de su personal via crucis, catapultándoles a una nueva forma de estar en el mundo… o a la misma, pero bañada por una nueva luz. El gusto de O. Henry por el twist of fate es una marca de la casa, y en ocasiones se puede volver en su contra, ya que amenaza con suscitar en el lector un sentido de la anticipación sumamente peligroso para cualquier narrador. Sin embargo, siempre consigue sortear el abismo por su consumada capacidad de extraer oro del peor plomo: el de las vidas derrotadas por un destino aciago. Ahí, en el fondo del pozo, el escritor consigue divisar un punto de esperanza que, para nuestro pasmo, rara vez declina en cursilería, e incluso cuando lo hace, logra que se la perdonemos por percibirla como lo que es: no como un truco para estafar a los despistados, sino como el fruto dulce y honesto de una auténtica filosofía de vida.
Que la solvencia de un cuento se comprueba en su desenlace es algo admitido pues, hasta que Carver demostró lo contrario, esos tranches de vie que son los relatos breves se la jugaban en él como el ludópata en una casa de apuestas: a todo o nada. Ni que decir tiene que O. Henry sentó cátedra en esta materia, resolviendo sus narraciones con una soltura magistral: en ellos, aunque encontramos una y otra vez el mismo método (la inversión inopinada de los papeles asumidos por los protagonistas), descubrimos una capacidad insólita para la innovación capilar. Eso hace que cada uno de los cuentos de O. Henry sea, un poco, el mismo cuento y otro totalmente único, algo que solo está al alcance, como decía, de los maestros.
De los cuentos que contiene el volumen destacaría «Bruma en Santone», por la pasmosa capacidad del autor para agarrarnos del cuello y asomarnos al precipicio de las existencias insondables, dejándonos colgados del palo de la brocha, y «Un tesoro escondido», cuya estructura apenas puede ocultar la matriz de los clásicos incluidos en Las mil y una noches, con sus sarcásticas moralejas teñidas de sabia indulgencia.
Encontramos en La senda del solitario un compendio de gran literatura comprimida en un formato engañoso, pues en cada una de sus piezas, breves como un suspiro, se oculta una lección de humanidad que bien merece que le dediquemos toda nuestra atención… aunque solo sea durante un rato.
O. Henry, La senda del solitario. Traducción de Marcelo Cohen. Fiordo, Barcelona, 2025, 202 págs.
(Publicado en Culturamas)