Al cocinero se le conoce ante el fuego; al pensador... ante el cuaderno.
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El laboratorio de la escritura es la propia escritura, no el pensamiento (el cual, como mucho... es su despensa).
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Uno no sabe lo que piensa de veras hasta que lo plasma por escrito. Pero entonces... ya es otra cosa, no el pensamiento mismo.
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Las ideas, sin la escritura que piensa, no pasan de una entelequia. La escritura, sin auténticas ideas... de un castillo de arena al borde del mar.
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Sócrates decidió no escribir para que sus ideas permaneciesen suspendidas en el aire, como un atmósfera salutífera. De este modo, ciñéndose al diálogo cara a cara, renunciaba a que quedasen fijadas y pudieran ser comprendidas y, sobre todo, malinterpretadas.
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No es raro que el pensador experimente, frente a lo que acaba de escribir, cierta sensación de que no era "eso" lo que tenía en mente antes de coger el bolígrafo o sentarse ante el teclado: unas veces, se siente confuso y defraudado, y otras, agradablemente sorprendido. (Estas últimas son a las que hay que aspirar).
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La escritura tiene vida propia.
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¡Qué ironía! Las palabras recogen los pensamientos amorfos y los transforman en conceptos transmisibles que, una vez plasmados sobre el papel o una pantalla, se vuelven extrañamente ambiguos.
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El pensamiento es una nube henchida de palabras que, para alcanzar la tierra, han de dejarse caer por orden, gota a gota. Pero muchas, al llegar a su destino, no pueden evitar verse convertidas... en un charco.
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Ensimismados en la escritura, ¡qué abismos se abren bajo nuestros pies!
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El escritor que piensa mientras escribe es como el funambulista que no sabe si, al dar el paso siguiente, el cable que pisa le va a permitir seguir avanzando o le condenará a romperse la crisma contra el suelo.
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Por mucho que el mundo se degrade y estupidice, la escritura continuará siendo ese reducto en el que musita lo sagrado.
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Ni pensar es dejarse llevar por lo primero que nos pasa por la cabeza, ni escribir dar curso a lo que sea que quiera adueñarse de nuestra mano.
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Incluso nuestros pensamientos más íntimos y silentes retumban en algún lugar del universo.
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A la luz de sus textos, se diría que algunos escriben para no pensar.
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¿Un consejo? Que la luz de la escritura no ensombrezca la penumbra natural del pensamiento.
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Hay aforismos, versos e incluso poemas enteros, que se escriben solos, como si nadie los hubiera pensado. Esos son los que habría que transcribir. Y ningún otro.
(Publicado en Culturamas)