José Luis Trullo es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Cursó estudios de Doctorado en Filología Románica y realizó estancias de estudios en Turín y Trieste. Traductor e investigador privado, encarna la figura del "humanista flotante" de la que ha hablado José Luis Abellán al refererirse a los erasmistas españoles. Es editor en Cypress Cultura, donde ha impulsado, entre muchas otras publicaciones, la primera traducción directa del latín al castellano en 500 años de La vida solitaria, de Francesco Petrarca, y el Discurso sobre la Natividad de Nuestro Señor, de Rodolfo Agricola, ambas a cargo de Jesús Cotta. Codirige la colección Humanitas de la editorial Thémata y el Congreso Nacional de Humanistas, de la Universidad Complutense de Madrid.
-¿Por qué se identifica usted con la figura del intelectual flotante?
-Es un perfil muy asociado a los humanistas del Renacimiento, quienes en muchos casos permanecieron al margen de las instituciones académicas y se movían con cierta libertad por las cortes y centros de poder. Petrarca y Erasmo rechazaron incluso suculentas ofertas para asumir cargos de gran relevancia, todo por preservar su independencia espiritual y personal, así como su capacidad de ejercer la libre crítica respecto a todo aquello que no les complacía de su propia época. En ese sentido, seguían la senda de los filósofos griegos o los sabios taoístas quienes, sin dejar de tratar de influir en sus contemporáneos, guardaron con celo su propio margen de maniobra. De un modo u otro, quienes nos ubicamos tras su estela tenemos un compromiso ético semejante, aunque nuestras capacidades, por supuesto, estén a años luz de las suyas.
-¿Es el humanismo un valor a defender, o ha quedado desfasado ante el empuje de las tecnologías que nos prometen, ya no solo la plenitud y la dicha, sino incluso la inmortalidad o, cuanto menos, una longevidad pavorosa?
-No solo no está superado, sino que carece de sentido expresarse en esos términos: el humanismo es el espacio propio del hombre; antes de él, aún no podemos hablar plenamente de humanidad, sin él tampoco. Y entiendo por humanismo una síntesis armoniosa en la que las mejores potencias de nuestra naturaleza nos permiten llevar a término nuestra vocación más íntima, que es la trascendencia. Sin el impulso ascensional del arte, de las letras, del símbolo, de la dimensión espiritual, el hombre se ve reducido a un mero ser "sintiente" (una expresión que habla por sí sola), y entonces no es sorprendente que se le coloque al mismo nivel que los reptiles, los insectos o cualquier otra criatura horizontal. El animalismo es un síntoma de una civilización enferma. Por no hablar del transhumanismo...
-Usted se ha manifestado a favor de la necesidad de postular un rehumanismo, concepto forjado por Jesús Cotta.
-Así es. Creo que, de igual modo que los humanistas del Renacimiento contribuyeron a la renovación espiritual de su época rescatando el legado de Grecia, Roma y (no lo olvidemos) los padres de la Iglesia, en la nuestra urge una operación análoga mediante la cual los valores perennes de la civilización occidental (dignidad humana, razonabilidad argumental, piedad personal) recobren el protagonismo perdido ante la imposición de un modelo bifronte con dos cabezas igualmente perversas: por un lado, la de una ratio tecnocientífica implacable y amoral, y por otro lado, la de una emotividad compulsiva, falaz y fuente de todo tipo de prejuicios y supersticiones dañiñas.
-Con Cotta está protagonizando numerosas iniciativas en este sentido.
-Jesús es un auténtico humanista, en el sentido más clásico: profesor de latín y griego, con una amplia formación literaria y filosófica, poeta sublime, aforista, dramaturgo, polemista... Es una suerte poder sacar adelante con él iniciativas encaminadas, tanto a rescatar el legado de nuestros clásicos, como a difundir los valores cristianos, que compartimos. Lo considero un verdadero amigo, un maestro al que admiro y aprecio.