¿Para qué sirve la cultura?



En una sociedad donde los contenidos que no se pliegan a la imperiosa actualidad parecen condenados a la irrelevancia, siempre es interesante acudir a los testimonios de los grandes humanistas de todos los tiempos en favor de la paideia, es decir, de la formación permanente del ser humano en los saberes del pasado como instrumento para desarrollar y consolidar la propia vocación personal. A este respecto, suelo compartir con cierta frecuencia en redes sociales estas hermosas palabras de G. Highet, cuya obra en torno a la tradición clásica es una de las referencias absolutas en este campo.

La diferencia entre un hombre educado y un hombre sin educación es que el hombre sin educación vive sólo para el momento, leyendo su periódico y viendo la última película, mientras que el hombre educado vive en un presente muchísimo más vasto, en esa eternidad vital en que los salmos de David y los dramas de Shakespeare, las epístolas de San Pablo y los diálogos de Platón hablan con el mismo encanto y la misma fuerza que los hicieron inmortales en el instante en que se escribieron.

La idea de que el arte entronca al individuo -epocal y geográficamente ceñido- con una permanencia que trasciende el tiempo y el espacio me parece estrictamente humanista, y además, resulta liberadora siempre que se entienda correctamente, y no como una mera vía de escape (pues, como bien alertó Adorno en su Teoría estética, la evasión siempre acaba haciéndole el juego al opresor).