Quienes postulan que lo humano es una construcción social, particularizada, inscrita en una geografía y en una época muy concretas, producto incluso de ella, tienen en los artistas a sus mayores enemigos, pues ellos son los paladines de la universalidad humana, más allá del tiempo y el espacio . Basta con leer un poema eminente de cualquier tradición ajena a la nuestra para constatar que ahí late un corazón común a todas las geografías, a todas las épocas (la música y las artes visuales, en este campo, lo tienen menos difícil). A este propósito, me complacen las palabras de Juan Gelman con las que me he encontrado en mis vagabundeos digitales, y que traigo aquí por su acierto y validez.
Tengo muchos motivos de tristeza interior y exterior, como cualquier persona; pero eso no me quita que viva esperanzado y consolado. La poesía es un gran consuelo.
Recuerdo un poema chino, anónimo, escrito hace tres mil quinientos años: un pastor cuida el rebaño, con un frío intenso, lejos de su mujer que está en el hogar e imagina al lado del fuego, cosiendo; el último verso dice: Él escucha el ruido de sus tijeras bajo la noche profunda.
El hecho de que ese poema se haya escrito hace tantos años y todavía nos emocione, quiere decir que hay un tejido humano imposible de romper, una capacidad de belleza imposible de aniquilar. Después, cada cual con sus dolores se las arregla como puede. (La cursiva es mía).
Seguramente por ello los "constructivistas" aborrecen el arte libre y tratan de apoderarse de él para ponerlo al servicio de un programa ideológico totalitario, en el cual el espacio y el tiempo aplastan lo que de eterno rebulle en el hombre, buscando su pleno despliegue también en el mundo.