Un aforismo no es una frase. Es su condición de posibilidad.
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El cosmos empezó por un aforismo. Si bastaron unas pocas palabras para que se hiciera la luz, ¿qué más necesitamos para entender la lección?
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Habituados al sistema, amparados por su ambición, desechamos otros métodos. Pero el pensamiento tiene caminos que la filosofía casi nunca ha transitado. El aforismo es uno de los más eficientes. Y, lo que es más importante, ya desde el principio de los tiempos.
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Si Wittgenstein pudo componer el Tractatus empleando como método exclusivamente el aforismo, el argumento de autoridad al menos lo tenemos cubierto. (Wagensberg tomó el testigo y prosiguió la indagación).
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Así como hay filósofos contemplativos e inquisitos, analíticos y sintéticos, existe el aforista activo y el pasivo.
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Un aforista pasivo lleva un pararrayos en la cabeza, rezando por que impacte la idea de lleno en ella. Un aforista activo se adentra en la noche con el flash como única arma.
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Un aforista pasivo toma nota de lo que, con suerte, le acaece. Un aforista activo hace acaecer el pensamiento ante una realidad inerte.
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Hay que hacerse acreedor de la gracia del aforismo con el humilde tesón de la libélula.
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Pensamiento estroboscópico: iluminando fugazmente un aspecto de un tema, bañarlo de eternidad conceptual.
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Como un dron, sobrevuelo dando rodeos el núcleo de mi propósito.
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También es posible hacer durar una mirada parpadeando a conciencia.
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Acribillar una superficie maciza como el mundo para que la traspase la luz de la verdad.
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El aforismo es un coladero: todo rendija, no hay palabra que no lo atraviese y lo deje vibrando.
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Con el punzón del aforismo, el muro del concepto deviene plenamente poroso.
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Como el saltimbanqui, el aforista puede cubrir enormes distancias apoyándose en el suelo únicamente de manera ocasional.
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Para coronar altas cumbres es preciso dar pasos muy pequeños, prácticamente infinitesimales. Así se conduce el aforista respecto a una verdad cualquiera.
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Un aforista sentencioso, en pleno siglo XXI, suscita hilaridad. También uno exhaustivo y sistemático. No así uno oracular, que por su propia vocación entrevista conserva el espíritu ancestral de la sibila.
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El oráculo es la semilla de la revelación retardada.
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El oráculo no dice lo que dice y dice lo que no dice.
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El oráculo va y viene, viene y va, sin moverse de donde siempre se encuentra.
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El ensayista es un aforista frustrado.
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El aforista es un ensayista que golpea la campana y deja al lector resonando.
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El aforista es ese niño que pulsa el timbre y sale corriendo.
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El ensayista es meticuloso; el aforista, concienzudo.
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Un ensayo es un mapa plano; el aforismo, puntual.
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No hay escritor más puntilloso que un aforista.
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Un auténtico filósofo podría pasar una vida entera tratando de abarcar todo lo que encierra un auténtico aforismo.
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La filosofía que no cabe en un aforismo... no lo hará jamás en cabeza alguna.
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El agua que lentamente reúne el ensayista, el aforista la irriga de un solo gesto certero.
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Como la piedra arrojada al estanque, una vez escrito el aforismo se va alejando del autor, llevándose al lector con él.
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La síntesis es la cortesía del aforista; el análisis, el desplante del lector.
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Si un aforismo no te deja en ascuas, no es más que una frase.
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Podría escribir mil frases de una sentada (de hecho, ya hay quien lo ha hecho), pero sólo merecerían el calificativo de aforismos si se avienen a convivir en el interior de una sola de ellas.
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No hay nada más locuaz que un aforismo que sale corriendo cuando crees que lo has entendido.
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El aforismo; hambre anticipada.
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¿Filosofía del aforismo? Filosofía en aforismos.
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El método del aforismo sólo es eficaz si se ejerce aforísticamente.