El saber es una masa de aire cálido en invierno, fresco en verano.
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La comunión, sí: de los sabios.
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Mi concepto de fraternidad humana se extiende desde el principio hasta el final de los tiempos.
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Tan humanos son, somos, serán los que ya no respiran como los que todavía no.
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El conocimiento no se acostará sin asumir cuánto le queda por abrazar.
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Hay vida mientras quedan cosas por aprender. Por eso el investigador nato se conserva siempre joven y el sabihondo está a un paso de la tumba.
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Vivir todo el día inmerso en lo que hicieron o escribieron otras personas me vuelve inmune a cualquier forma de egocentrismo (que es la puerta del infierno).
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Confirmar mis intuiciones en las obras ajenas no me dice nada acerca de mí ni de ellas, sino de las cosas mismas. ¿Cómo no iba, entonces, a dar saltos de alegría?
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No es más sabio el que más sabe, sino quien más se esmera por averiguar.
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La conciencia de mi ignorancia sólo es inferior a mi inagotable deseo de amenguarla.
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¡Me queda tanto por aprender! Soy como un niño que apenas da sus primeros pasos...
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Toda persona tiene (o, en caso contrario, debería descubrirlo) un ámbito existencial en el cual se juega el todo por el todo: para unos, es el poder; la reputación, para otros. El mío es el de la investigación en el más amplio y profundo de los sentidos, no como una frívola curiosidad.
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Investigar es achicar agua sin cesar de un bote al que las olas de la ignorancia se esfuerzan por engullir.
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De poco nos sirve conocer lo que no nos incumbe. Pero, ¡ay!, dado que nada de lo humano nos es ajeno, todo nos interpela para que lo salvemos del olvido.
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Saber no significa estar enterado, sino llevar lo que averiguamos a un plano superior... y elevarnos nosotros con ello.
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Vivir rodeado de clásicos nos preserva de la tentación de ceder a cualquier clase de soberbia, pero también al exceso de conmiseración.
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Quien no se siente pequeño ante los grandes ni siquiera merece el estatuto de mediano.
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Aquellos que sólo se preocupan por la opinión que de ellos tienen sus contemporáneos merecen ser barridos, como ellos, por el tiempo. Al presente hay que darle lo que merece, y ni una sola de miga de pan más.
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El éxito inmediato mata inmediatamente. El fracaso, sólo a largo plazo.
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El clásico, como la pitia, sólo responde correctamente si se le pregunta del modo adecuado. De lo contrario, para escarmentarte, desvaría.
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No existe "el pasado": una vez enunciada (aunque nadie la recuerde), la verdad es ya para siempre.
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El auténtico humanista borra todas las distancias, abate todas las barreras, cancela todos los óbices. Su ámbito vocacional no puede ser otro que el orbe entero y su meta natural, el ancho, alto, profundo cielo.

