Grandeza y miseria de la filología

 


Lo recuerdo como si lo estuviera viendo: en un corrillo con mis compañeros de clase, platicando acerca de nuestras preferencias a la hora de cursar los inminentes estudios universitarios. Yo me había decantado por la filología, porque "era la carrera en la que podría abarcar más temas" (la cita no es literal: mi memoria no llega a tanto). Debo admitir que buena parte de esa pasión me, nos la había prendido en el alma, a mí y a varios compañeros más, nuestra profesora de literatura, Luisa Francisco; tanto es así que, de aquella promoción, nada menos que ¡cinco! alumnos nos matriculamos en Filología Española.

¡Qué ingenuidad! En mi mente de adolescente a punto de salir de un cascarón académico para meterme en otro, fabulaba con un futuro plagado de amenas lecciones, aprendizajes panorámicos, bibliografías inmensas, ricas y variadas... Nada de eso ocurrió: muchos profesores se limitaban, literalmente, a leer lo que llevarían anotado en una libreta desde que accedieron a la plaza; aburrían a las ovejas con sus pacatas exposiciones carentes de inspiración (activa y pasiva); se guardaban lo mejor para sus articulillos en revistillas de circulación sumamente limitadilla... Mi fantasía desbocada había engendrado en mi cerebro un cuadro más propio de un 'studiolo' renacentista que de la ya decadente, anquilosada y polvorienta institución de la jactanciosa Barcelona de mediados de los ochenta.

Resultado: apenas soporté la rutina escolar durante dos años, transcurridos los cuales mis apariciones por las aulas empezaron a escasear hasta, en el último curso, ser menos la norma que la excepción. (Irónicamente, fue en este tramo cuando obtuve las tres únicas 'matrículas de honor' que adornan mi expediente universitario). Poco a poco, mi instinto predador encontró mejores bosques donde librarse a la caza de valiosas informaciones acerca del pasado... ¡y eso que no existía esta red donde, gracias a Apolo, ahora podemos descubrir y disfrutar de un sinfín de documentos hasta hace poco reservado a los funcionarios del saber! Pero me apañé con las librerías de lance y alguna que otra biblioteca que, por aquel entonces, aún cometía la bendita imprudencia de dejar sus volúmenes al alcance de la mano.

Cierto es que, a lo largo de la travesía del desierto que supuso concluir la tediosa maratón universitaria, gocé de la inmensa fortuna de tener como maestras a dos auténticas 'filólogas', en el sentido etimológico del término: amantes de las letras, embriagadas por su poder y capaces de contagiar su flamígero entusiasmo a los discípulos (era imposible quedarse en meros estudiantes a su lado: más bien éramos devotos). Me refiero a mis dos Rosas: Rosa Cabré i Munné, cuyas clases en torno a Joan Maragall, los modernistas o Eugeni d'Ors, prendieron la llama de mi hasta entonces desconocida vocación poética; y a Rosa Navarro Durán, con la que aprendí que quien lee lento y con los cinco sentidos descubre que todo está ahí, en los propios textos, sin necesidad de distraerse con vanas y estériles erudiciones. De no haber sido por ellas, seguramente ni siquiera hubiese concluido yo mis estudios reglados, y habría continuado aprendiendo por mi cuenta... como, de hecho, he seguido haciendo: no hay tregua para la musa.

(Debo admitir que, de manera paralela y simultánea a mi creciente decepción en la charca de la filología escolástica, tuve la oportunidad de entrar en contacto con una fuente de estímulos intelectuales de primer orden: la filosofía. Pero eso lo dejamos para otra ocasión...)

Si me he demorado en la glosa de mi juventud como estudiante no es por otra razón que para tratar de explicarle al muchacho confiado que fui por qué sufrió aquella monumental decepción, la cual, en aquel momento, le (me) resultaba incomprensible. Y creo que los motivos no son tanto, o no solo, de índole circunstancial –ya se sabe: la España atávica, lastrada por siglos de retraso y estolidez–, sino por una deriva que los saberes, en general, han venido padeciendo a lo largo de los tiempos, y que ha desembocado en el marasmo de ignorancia en el cual nos estamos ahogando, ahora mismo, en Occidente.

Lo explicó perfectísimamente Francisco Rico en El sueño del humanismo, un libro que habría que releer, al menos, una vez cada dos o tres años, para no olvidar sus enseñanzas y advertencias. Lo que, en su cuna (tanto ontogenética como filogenética), nació como un noble afán de verter en las letras, y obtener de ellas, un caudaloso patrimonio de conocimientos que nos ennoblecen y ensalzan como personas, se fue convirtiendo en un arsenal de técnicas sin una proyección real sobre la vida. Se percibe claramente al comparar los encendidos textos de un Petrarca con las relamidas consideraciones de un Poliziano: es el mismo camino que hay entre un río de lava y un museo de cera; con todas sus incongruencias, excesos y salidas de pata de banco, el aretino logra trasmitirnos algo que nos concierne y nos apela: que el saber no es un objeto pétreo que contemplar como una estatua, sino una líquida savia que beber y asimilar, como el néctar de los dioses. 

La 'auténtica' filología (el "amor a las palabras") es un don que nos ha sido concedido para hacernos dignos de ser humanos: un espejo en el que contemplarnos y descubrir cuál es nuestra naturaleza profunda, y una antorcha para alumbrarnos en el largo camino que nos permita consumarla en todo su esplendor. Las "bellas letras", como las llaman los francófonos –que no son otra cosa que los studia humanitatis de los humanistas del Renacimiento, la humanitas de los romanos y la paideia de los griegos–, no se reducen a un repertorio de recursos más o menos resultones para presumir ante las amistades, o un vertedero de joyas viejas a las que prestar una atención museística, sino la llave que nos franquea el umbral a lo mejor de nuestra común humanidad. Leyendo a los clásicos no llenamos un tiempo de ocio que podríamos estar dedicando, sin culpa ni reproche, a cualquier otra cosa: nos asomamos al abismo de nuestra condición y sondeamos nuestro destino, tanto personal como colectivo. Al frecuentar a los filósofos de la antigüedad, no nos informamos acerca de cómo eran los hombres del s. V a. C., sino de lo que seguimos siendo –y no podemos dejar de ser– los del XXI d. C. Jenofonte no es el nombre de un astro extinto, ni Cicerón una momia incapaz de inspirar pensamientos elevados. Ni Séneca ni Marco Aurelio están muertos. Cervantes pervive tan fresco y lozano como el día en que puso el punto final al Quijote: puede constatarlo cualquiera que no haya rebajado su discernimiento al nivel del de un mosquito.

Aquella vitalidad que yo intuía, con diecisiete años, al elegir la filología como el amor de mi vida (con permiso de mi hija), es la que no encontré –salvo en mis dos rosas– durante mi etapa de alumno de una facultad que no cumplía con lo que prometía. En lugar de agua, lodo; en lugar de alas, toldos. Por suerte, la providencia divina había dispuesto que aquella llamada que yo oí en mi juventud no era una ilusión de mis sentidos, sino una invitación a recorrer un camino que, efectivamente, es el que me ha llevado hasta aquí. Ahora, que he leído, escrito, traducido e incluso publicado muchos libros, propios y ajenos (en cualquier caso, nunca demasiados), puedo dar gracias al cielo por haberme librado de las garras de la ignorancia –tanto de la iletrada como de la letrada– permitiéndome comprender que hay una filología buena, que abre la mente y el corazón, y una mala, que los cierra; que existe una manera de gozar de la cultura que nos libera y otra que nos encadena. 

Así las cosas, con la perspectiva de los años, solo me queda exclamar: ¡viva la filología digna de su nombre! Y la que no está a su altura... ¡que se lo cambie!



LIBROS


-Sobre humanismo





- Sobre aforismo



- Creación



Remiúrgica (con Juan Manuel Uría)


Nunca se sabe (con Felix Trull)


- Antologías










TEXTOS





















Bonhomía: una virtud a rescatar




AFORISMO


-Teoría y crítica:






-Creación:

















RESEÑAS





Reseña de Ignorancia, de Peter Burke

Reseña de Pensativos, de Zena Hitz

Reseña de Un tiempo entre luces, de Eduardo Baura












ENTREVISTAS


-Concedidas:

Entrevista en ABC

Entrevista en Ritmo

Entrevista en Humanistas

Entrevista en Culturamas

Entrevista en Puentes de Papel

-Realizadas:

Entrevista a Jesús Montiel

Entrevista a Alfonso Lombana

Entrevista a Gonçal Mayos

Entrevista a Victoria Cirlot

Entrevista a Armando Pego

Entrevista a Luis Frayle Delgado

Entrevista a Javier García Gibert

Entrevista a Jesús Cotta


VÍDEOS Y AUDIOS


Cronología crítica del aforismo español (Universidad de Sevilla, 2024), min. 67 y ss.

La cultura del parricidio. La modernidad contra la tradición (Congreso Nacional de Humanistas, 2023)

Presentación de la lectura de aforismos en la Feria del Libro (2021)

Aforismos sobre el viaje (Feria del Libro de Sevilla, 2019)

A propósito del aforismo, con motivo de la Semana del Aforismo de Sevilla (2019)


FOTOGRAFÍA


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