Jesús Montiel (Granada, 1984) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. En 2013 obtiene el título de Doctor con la tesis titulada Los personajes de Walker Percy: peregrinaje o viaje existencial. En 2011 ganó el Premio Nacional de Poesía Universidad Complutense por su libro Placer adámico (Complutense, 2012); en 2012, el Premio de poesía Leopoldo de Luis por Díptico otoñal; en 2013 el Premio Internacional de Poesía Alegría por Insectario (Rialp) y en 2016 el Premio Hiperión con Memoria del pájaro (Hiperión, 2016). Es autor también de La puerta entornada (Canto y Cuento, 2015). Suya es la traducción de Resucitar, de Christian Bobin (Encuentro, 2017). Es autor también de La puerta entornada (Canto y Cuento, 2015), Notas a pie de instante (Esdrújula Ediciones, 2018) y Sucederá la flor (Pre-textos, 2018). En 2019 se acaba de publicar su nuevo libro El amén de los árboles (Esdrújula Ediciones), con el prólogo de Ben Clark.
- En El amén de los árboles, hablas del árbol como “un manual de instrucciones para alcanzar la santidad”, ya que “obedece la voluntad del cielo sin rechistar”. Me has recordado las palabras de María Zambrano, cuando habla del filósofo como “aquel que no se queja”. ¿Cómo llevas este planteamiento a la vida individual de cada cual, a tu vida en concreto?
La idea central del libro se centra en la actitud de los árboles. Todo lo importante habla en silencio: los árboles, la nieve, una tumba… Me enseñan a confiar. El árbol acepta cada cielo ya llueve o ya truene; no se queja. Me invita a vivir de la misma manera, a aceptar cada día con lo que venga. En este sentido, la santidad a la que me refiero no sería una santidad de altar, sino esa aceptación, la confianza en algo que me supera, lo cual implica dejar de ser yo el dueño de mi historia y pasar a ser una criatura, alguien que depende de una fuerza mayor.
- En tu libro dices “es tan difícil ser ateo”, ya no sólo porque tú te sientas superado por esa fuerza mayor, sino al confrontarte con esa “realidad y su cortejo de milagros”, como si el mundo mismo te invitase a creer en algo que la trasciende…
El hombre no es quien elige la fe porque esta es un don. El hombre nunca toma la iniciativa. Al menos en mi caso, no soy creyente por voluntad propia sino porque cada día hay motivos que me empujan a creer, aparte de experiencias personales, hitos biográficos. Los hechos me han obligado. Me siento amado por algo que me excede: cuando veo el rostro de mis hijos, cuando miro un árbol, cuando leo un libro que me resucita… Yo creo que si uno se quita el peso de las apariencias, debajo aparece la verdadera vida. Tengo la convicción de que hay un amor que nos sostiene, y a ese amor lo llamo Dios.
- Hablas en tu libro de “la extrema atención a todo lo cotidiano”, extendiendo tu fe a la totalidad de la vida humana, a su sencillez diaria, aplicando el principio teresiano de que “Dios también está entre los pucheros”.
Yo el Padrenuestro lo iniciaría con estas palabras: “Padrenuestro que estás en la tierra”. En el documental El gran silencio, dedicado a los monjes cartujos que viven en los Alpes franceses, se les ve lavar los platos lentamente, sin urgencia, lo cual me conmueve mucho. Su creencia no les lleva a evadirse de la realidad, sino que la tratan con más amor y con más entrega que alguien que no es creyente. Mi creencia en un amor que nos sostiene me invita a cuidar mucho más la realidad; en los actos cotidianos sencillos es donde está el campo de acción del amor. El amor como algo encarnado, no como una idea abstracta. Una idea es lo contrario del amor. En nuestra época nos gusta más amar lo remoto que a las personas con las que convivimos. Yo intento combatir esa idea falsa del amor, e intento conocerlo en lo que me ocupa en el día a día. Lo he escrito también en Notas a pie de instante: “Cuando el amor crece mucho, se asoma por los hechos”. No se puede amar lo que no se conoce. Sólo se puede amar lo que está a nuestro lado, lo que tiene rostro, lo cercanísimo.
- ¿Qué papel ocupa la escritura en tu existencia concreta, cotidiana? Hablas de “la hoja de papel como un hogar portátil con vistas al milagro”. ¿No te parece que en la escritura se puede articular el silencio contemplativo con nuestra pulsión comunicativa, que nos caracteriza como humanos?
Intento escapar de las ideas y atenerme sencillamente a lo que existe, lo que es real. Todos sufrimos por esa distancia entre lo que somos y lo que queremos ser, o lo que queremos que sean quienes nos rodean… Me ayuda la escritura, que para mí es una extremidad con la que palpo los días. En cuanto al silencio, no se trata de un silencio literal, sino más bien de un silenciamiento. En este sentido, la escritura es mi forma de relacionarme, el modo natural en el que yo hablo, lo cual me ha salvado de caer en el autismo por mi timidez. Creo mucho en el lema de los dominicos, “dar lo contemplado”: cualquier alegría o experiencia gozosa exige ser compartida. Como escritor me siento realizado cuando me escriben lectores que me cuentan su eco. Que lo que uno escribe en la soledad de mi habitación toque muchas vidas es algo prodigioso. La escritura es un puente para llegar a los demás. Para mí, es un cumplimiento, porque yo no escribo para mí mismo, sino para comunicarme. Así, la escritura es un vehículo que lleva del silencio a la palabra y de la palabra al silencio.
- En tu libro escribes: “Intimidad: ese divino anonimato”. En una época como la nuestra, tan volcada hacia el exhibicismo público (e impúdico),¿cómo logras combinar, en un plano personal, tu creciente reputación literaria con ese recogimiento vocacional hacia el que tiendes?
Apenas participo en la vida literaria. Por motivos de temperamento, no lo paso bien. Recuerdo que Glenn Gould decía que para hacer una obra de arte digna, uno necesita grandes dosis de soledad, una distancia con el tiempo en el que vive. El ecosistema para cualquier cosa que valga la pena es la soledad. Es cierto que cada vez me reclaman más en muchos sitios, lo cual me hace tener la impresión de que mi soledad está amenazada; y por eso intento por todos los medios preservarla, porque de lo contrario mi escritura se resiente. Más que presencia en los medios culturales, busco lectores. No escribo para que me lean otros poetas, sino para que el libro salga del circuito puramente literario. Y eso ocurre desde Sucederá la flor. Soy un privilegiado.
(Publicado en Revista Numen)