La babosa erguida. Sobre el sentido de la vida




 

Proclamar que la vida carece de sentido es la forma más absurda de atribuírselo.

 

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Sin la pregunta por el sentido de la vida, nada diferencia la de un ser humano de la de una babosa. No es raro, pues, que quien niega que lo tenga se despierte, una mañana cualquiera, convertido en insecto.

 

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Solo la búsqueda del sentido pone al hombre erecto. La alternativa era la de proseguir con una existencia flácida y, al cabo, estéril.

 

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El sentido es la vida trascendiéndose, sin dejar de ser ella misma.

 

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Si la vida tiene algún sentido, reconóceselo; de lo contrario, dáselo.

 

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Cuando descubrimos que nuestra vida tiene sentido, la muerte pierde toda su capacidad de intimidación (por no decir que, en cierto modo, ha revelado su carácter ilusorio).

 

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Sólo vive quien alcanza el sentido de su vida. El que no, a duras penas se limita a subsistir.

 

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El sentido de la vida, como su propio nombre indica, no es de índole meramente racional: se siente o no se siente.

 

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En el descubrimiento del sentido de la vida juega un papel esencial el consentimiento respecto a lo que no se deja reducir a él. Precisamente por tratarse de una dimensión que trasciende a la existencia, apunta al más allá como una promesa insaciable.

 

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Desde que bajó de los árboles, el hombre ha aspirado a una altura plena de sentido; por eso ya no puede permitirse el lujo de andarse por las ramas: ahora, apunta por derecho a la raíz.

 

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El hombre en busca de sentido siempre acaba asomándose al abismo: si salta, lo encontrará; si se detiene, lo perderá.



(Publicado en La condición humanista y, anteriormente, en Culturamas)