Noé fue el segundo animalista. ¿El primero? Adán, menos cazador que ganadero.
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“El justo cuida de la vida de su bestia” (Proverbios, 12:10). Y cuanto más la cuida, ¿más justo es?
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Tras el dominio total del planeta Tierra por parte de la humanidad, fruto de la moderna industrialización, nace la inmensa mala conciencia del soberano que sabe que se ha servido sin servir. Y, como es moralmente comprensible, de monarca absoluto decae en lacayo de sus víctimas.
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Ver a un humano inclinándose para recoger las heces de su perro me genera una mezcla extraña de admiración y vergüenza ajena.
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Las mascotas son la nueva clase media. (Un viejo aforismo de Felix Trull que sigue vigente).
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“¡Qué bestia eres!”. Una expresión que, en el siglo XXI, ya no puede asegurarse que sea despectiva.
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En cuanto se rechaza el valor superior del alma respecto al cuerpo, de la razón frente a la pasión, se cancela la distancia entre un humano y un mapache, un pez globo o una cucaracha.
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El animalismo es un lenitivo de la misantropía que a duras penas logra disimular su carácter de sucedáneo.
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Llamar “amor” al apego que pueda mostrar un animal por nosotros (y nosotros por él) revela qué clase de afecto exigimos a los demás: incondicional, sumiso, perruno.
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Es antropocéntrico el veganismo porque supone que solo nos conmueve ingerir a un ser dotado de un sistema nervioso central. ¿Acaso las zanahorias no tienen derecho a sufrir a su inhumana manera?
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Si quiere ser verosímil, el animalismo debe despojar a la humanidad de cualquier clase de tutela sobre la fauna salvaje. Y la especie que se tenga que extinguir, que se extinga.
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La idea de que la humanidad debe ser el gran guardabosques del planeta le consagra como el ser más poderoso de todos. ¡Bonita ironía! El conservacionismo es un especismo.
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En el mejor de los casos, del darwinismo solo aceptamos lo que supone de refutación del creacionismo; de todos sus demás axiomas (la lucha por la vida, la supervivencia del más apto, la amoralidad intrínseca de la mera naturaleza), hacemos caso omiso.
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La tesis de que “hay animales más humanos que los humanos” sólo la puede defender un humano muchísimo menos animal que los animales, esto es: alguien con un sentido moral tan elevado que resulta prácticamente… angélico.
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De estrenarse hoy en día en cines, la sala entera animaría al tiburón a devorar a sus persecutores. Hasta ese punto ha llegado nuestro enfermizo “antiespecismo”.
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El humano es el único ser capaz de imaginar, documentar y explicitar, no solo lo que le diferencia de otras especies, sino lo que cree que comparte con ellas. Y con ello demuestra su inconmensurable excelencia.
[Publicado en Culturamas]