Apolo y Dioniso no son dos divinidades griegas, sino las dos grandes fuerzas cósmicas que se disputan el universo desde el primer día.
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Cuando tensa el arco, Apolo reúne toda la atención que Dioniso prefiere desperdigar.
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Sin las denodadas labores constructoras de Apolo, Dioniso no tendría nada que abatir: dormitaría mano sobre mano, o mataría moscas con el rabo.
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¿Apolo, promotor de civilización, y Dioniso de barbarie? La historia parece avalarlo...
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Tras una larga jornada de trabajo, se retira Apolo a sus aposentos para que Dioniso barra las calles durante toda la noche.
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Dioniso toma literalmente posesión de quien le rinde pleitesía; Apolo, en cambio, le delega sus capacidades, incluida la más importante: la de decisión.
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Apolo quiere reyes; Dioniso, esclavos.
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Apolínea, la calculada distancia – dionisíaca, la sofocante proximidad.
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Los límites ensanchan el mundo que estrecha quien los suprime.
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Lo informe nos devuelve a la selva de la que escapamos dando forma, otorgando sentido, admitiendo el orden como sublime armonía del cosmos.
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El claustro es la construcción apolínea por antonomasia: estrictamente ceñido por todos lados, se proyecta hacia la eternidad ascendente. Dioniso, en cambio, desconoce las bondades arquitectónicas: su misión es la de la demolición.
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Quien traza un círculo a su alrededor, propicia el infinito exterior; el que lo emborrona entra en una mazmorra.
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Jamás Apolo te va a zarandear: su invitación es a la serena danza, al baile sinuoso.
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Dioniso perrea, perrea. Sus acólitos le emulan como canes hambrientos.
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Apolo agricultor; Dioniso recolector.
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Guerras, orgías, revoluciones: la misma violencia que desmembró a Orfeo, que si cantaba era inspirado por el dios de la lira.
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Dioniso encadenado. Y, si es posible, en la ergástula.
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La "llamada de lo salvaje" que tanto fascina a los esclavos es un canto letal de mortífera sirena: no franquea el acceso a la auténtica libertad, sino la sumisión a la pulsión de muerte.
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Entrópico, lo dionisíaco ni siquiera puede ser representado: su poder se reduce al de la depauperación de toda imagen.
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Una cultura que rinde culto a Dioniso (y sus nocturnos valores lúdico-festivos) tiene que fenecer para que Apolo pueda volver a insuflarle luz a todo.
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Solo una sociedad que se ha doblegado a las fuerzas ctónicas puede permitirse el lujo de evocarlas estéticamente como emblema de la liberación.
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Apolo entierra los huesos de los difuntos que Dioniso devora en una noche loca. Y cuando, a la mañana siguiente, salga el sol, resucitarán,
José Luis Trullo (Barcelona, 1967). Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Estudios de Doctorado en Filología Románica. Escritor, traductor, editor e investigador privado. Editor de la revista digital Humanistas. Director de la sección de aforismo de la revista digital Culturamas. Colaborador de la revista digital Entreletras.
LIBROS
- Creación
Elogio de la alegre contención
Refutación del activismo
Las preguntas de la vida
Bonhomía: una virtud a rescatar
Reseña de Ignorancia, de Peter Burke
Reseña de Pensativos, de Zena Hitz
Reseña de Un tiempo entre luces, de Eduardo Baura-Concedidas:
Entrevista en Puentes de Papel
-Realizadas:
Entrevista a Luis Frayle Delgado
Entrevista a Javier García Gibert
VÍDEOS Y AUDIOS
Los clásicos y el valor de lo común (Biblioteca Pública de Sevilla)
Cronología crítica del aforismo español (Universidad de Sevilla, 2024), min. 67 y ss.
La cultura del parricidio. La modernidad contra la tradición (Congreso Nacional de Humanistas, 2023)
Presentación de la lectura de aforismos en la Feria del Libro (2021)
Aforismos sobre el viaje (Feria del Libro de Sevilla, 2019)
A propósito del aforismo, con motivo de la Semana del Aforismo de Sevilla (2019)
FOTOGRAFÍA