En el diálogo Protágoras, de Platón, tras departir con el sofista durante unas páginas acerca de si la virtud es única o consiste en varias facultades (entre ellas, la justicia o la piedad), Sócrates, abrumado por la copiosa verborrea de su interlocutor –a pesar de haber tratado de reconducirle mediante sus elenchos–, le pide que acceda a expresarse de manera menos extensa, ya que adolece de mala memoria:
Protágoras, tengo el defecto de ser un hombre desmemoriado, y si alguien me habla por extenso, me olvido de sobre qué trata el razonamiento. Así pues, lo mismo que si me ocurriera ser duro de oído, creerías que debías, si trataras de dialogar conmigo, levantar más la voz que frente a los demás; de ese modo ahora, ya que te encuentras ante un desmemoriado, dame a trozos las respuestas y hazlas más breves, por si quiero seguirte. (La cursiva es mía)
Ante la incomodidad de
Protágoras, reputado orador habituado a extenderse a su gusto ante audiencias
admirativas, Sócrates le plantea una disyuntiva radical: si desea que el
diálogo prosiga, ha de ser, no por medio de dilatados discursos, sino
abreviando: “Si quieres dialogar conmigo, usa el segundo procedimiento, la
brevilocuencia”.
Más adelante, aun habiendo logrado que Protágoras se avenga a moderar su abundancia, verbal, Sócrates retoma el asunto, ampliando su defensa de la brevedad como un modo de expresión propio de los grandes maestros de la Hélade. De hecho, traza una curiosa genealogía de la brevilocuencia, extrayendo ciertas conclusiones llamativas:
El amor por la ciencia es muy antiguo y muy grande entre los griegos en Creta y en Lacedemonia, y hay numerosísimos sofistas en aquellas tierras. Pero ellos lo niegan y se fingen ser ignorantes, para que no se descubra que aventajan en sabiduría a los demás griegos, como los sofistas que mencionaba Protágoras; y aparentan, en cambio, ser superiores en el combatir y en el coraje, pensando que si se conociera en qué son superiores, todos se ejercitarían en ello, en la sabiduría. Ahora, pues, ocultándolo, tienen engañados a los laconizantes de las otras ciudades, y éstos se desgarran las orejas por imtarlos, se rodean las piernas con correas, hacen gimnasia y llevan mantos cortos, como si fuera con estas cosas como dominaran los lacedemonios a los griegos. Pero, cuando los lacedemonios quieren tratar libremente con sus sofistas, y ya se han cansado de tratarlos a escondidas, llevan a cabo una expulsión de extranjeros, de esos laconizantes y de cualquier otro extranjero que se halle de visita, y se reúnen con sus sofistas, sin que se enteren los extranjeros; por otra parte, no permiten a ninguno de los jóvenes salir a otras ciudades, como tampoco lo permiten los cretenses, para que no desaprendan lo que ellos les enseñaron. En estas ciudades, no sólo los hombres están orgullosos de su educación, sino también las mujeres. Podéis daros cuenta de que digo la verdad y de que los lacedemonios se hallan óptimamente educados en la filosofía y los discursos en esto: si uno quiere charlar con el más vulgar de los lacedemonios, encontrará que en muchos temas en la conversación parece algo tonto, pero luego, en cualquier punto de la charla, dispara una palabra digna de atención, breve y condensada, como un terrible arquero, de modo que su interlocutor no parece más que un niño.
De eso mismo ya se han dado cuenta algunos de los actuales y de los antiguos, de que laconizar es más bien dedicarse a la sabiduría que a la gimnasia, conociendo que ser capaz de pronunciar tales frases es propio de un hombre perfectamente educado. Entre ésos estaban Tales de Mileto, Pítaco de Mitilene, Bías de Priene, nuestro Solón, Cleobulo de Lindos y Misón de Quenea, y como séptimo del grupo se nombra al lacedemonio Quilón. Todos ellos eran admiradores y apasionados discípulos de la educación lacedemonia. Puede uno comprender que su sabiduría era de ese tipo, al recordar las breves frases dichas por cada uno, que ellos, de común acuerdo, como principio de la sabiduría dedicaron en inscripción a Apolo en su templo de Delfos, grabando lo que todo el mundo repite: «Conócete a ti mismo» y «De nada demasiado».
¿Que por qué digo esto? Porque ése era el carácter de la sabiduría de los antiguos, una cierta brevilocuencia lacónica.
Al abogar por la brevedad, Sócrates se quiere inscribir en una larga tradición, la que se remonta a los Siete Sabios, frente a los verbosos sofistas, a los cuales acusa, de manera más o menos clara, de enredar y confundir los conceptos, al dejarlos sin revisar como es menester para alcanzar una verdad. Frente a la exuberancia retórica que abruma y desborda al oyente, arrastrándole en una torrentera de palabras que no están siendo examinadas con el merecido detenimiento, Sócrates apela a un método más pausado: proceder paso a paso. Aunque no lo expresa abiertamente, él prefiere revisar una tras otra la veracidad de cada afirmación, una vez avalada la cual se puede proseguir con el coloquio; de no obrar así, uno se expone a dar por buenas premisas que no lo son, y acabar vencido por unas conclusiones viciadas de origen. Además, su encomio de lo que podríamos estimar como el primer especimen de “aforista” (esa persona que “dispara una palabra digna de atención, breve y condensada, como un terrible arquero”, lo cual estima “propio de un hombre perfectamente educado”) supone un aldabonazo contra los grandilocuentes oradores de todas las épocas, pasadas, presentes y futuras.
El concepto socrático de brevilocuencia, tan singular y llamativo, en el original griego es βραχυλογία. Julián Velarde Lombraña lo traduce mediante un circunloquio, como “el arte de los discursos cortos”; Francisco de P. Samaranch, tan parco que le resta toda expresividad, como “la brevedad”. Se conoce que Carlos García Gual, autor de la traducción que manejamos, estimó oportuno pergeñar este neologismo, afortunado por lo expresivo y funcional que resulta.
Lo cierto es que el propio concepto de “braquilogía” existe en nuestra lengua, si bien con un uso sumamente especializado. Según el diccionario de la Real Academia Española, es una “expresión elíptica corta equivalente a otra más amplia o complicada”. La capacidad de sintetizar no sería una muestra de tacañería expresiva sino, por el contrario, de cortesía hacia nuestro interlocutor, de cuyo tiempo no se abusaría. Además, implica una honestidad intelectual de primer orden, al permitirle examinar y dar por buenas (o no) todas y cada una de nuestras afirmaciones, de modo que avancemos de la mano hacia la verdad, en lugar de que uno venza al otro merced a su verbo florido.
Con su encendida defensa de la brevedad como propia de un hombre educado, Sócrates proporcionaba una base sólida para quienes, en el futuro, optasen por ella como instrumento expresivo de primer orden, análogo si no superior al monólogo que implica todo discurso.
José Luis Trullo (Barcelona, 1967). Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Estudios de Doctorado en Filología Románica. Escritor, traductor, editor e investigador privado. Editor de la revista digital Humanistas. Director de la sección de aforismo de la revista digital Culturamas. Colaborador de la revista digital Entreletras.
LIBROS
- Creación
Elogio de la alegre contención
Refutación del activismo
Las preguntas de la vida
Bonhomía: una virtud a rescatar
Reseña de Ignorancia, de Peter Burke
Reseña de Pensativos, de Zena Hitz
Reseña de Un tiempo entre luces, de Eduardo Baura-Concedidas:
Entrevista en Puentes de Papel
-Realizadas:
Entrevista a Luis Frayle Delgado
Entrevista a Javier García Gibert
VÍDEOS Y AUDIOS
Sócrates para jóvenes (IES Velázquez, de Sevilla)
Inauguración del III Congreso Nacional de Humanistas (Facultad de Filosofía, US)
Los clásicos y el valor de lo común (Biblioteca Pública de Sevilla)
Cronología crítica del aforismo español (Universidad de Sevilla, 2024), min. 67 y ss.
La cultura del parricidio. La modernidad contra la tradición (Congreso Nacional de Humanistas, 2023)
Presentación de la lectura de aforismos en la Feria del Libro (2021)
Aforismos sobre el viaje (Feria del Libro de Sevilla, 2019)
A propósito del aforismo, con motivo de la Semana del Aforismo de Sevilla (2019)
FOTOGRAFÍA


